
¿Cuántos de nosotros nos hemos preguntado este año por el origen de esta pandemia? ¿Cuáles son nuestros argumentos a la hora de responder? ¿Hacia dónde estamos mirando, qué decidimos creer?
Mientras tratamos de responder todas estas preguntas, miles de científicos en todo el mundo siguen trabajando para que el planeta salga de su estado de negación. Y es que más allá de las posibles teorías que existan sobre el origen, una cosa es cierta: estamos transitando un camino donde aparecerán más y más pandemias. Y es hora de parar.
No lo digo yo. Un nuevo informe sobre biodiversidad y pandemias, publicado este mes, revela que existen cerca de 1,7 millones de virus no detectados en mamíferos y aves. De estos, casi 850.000 pueden llegar a nosotros.
También confirma lo que ya sabemos: nuestro comportamiento es responsable del cambio climático y de la acelerada pérdida de la biodiversidad. Si esta palabra no les dice mucho, piensen en que nuestras acciones pueden destruir, y lo están haciendo, todo lo que nos rodea: ecosistemas, especies, recursos naturales, nuestra propia vida.
La forma en la que producimos: la comida, la ropa, el plástico -por hablar de lo más cotidiano; y a gran escala, actividades industriales que responden a nuestras elecciones: consumir, consumir y consumir. Sabemos bien que hay consecuencias y las pandemias son solo una de ellas.
Estamos transformando la naturaleza a un ritmo insostenible, sin dejar ni siquiera un momento para que respire. Nos hemos encargado de reducir nuestro espacio en este planeta y el mal manejo que le damos al poco que tenemos facilita, entre otras cosas, un mayor contacto con la vida silvestre y con millones de virus que pueden resultar letales.
Esta no es la primera pandemia que atraviesa la humanidad. De hecho, se dice que es la sexta desde la Gran Pandemia de 1918, causada por un virus presente en aves. Pero la gran diferencia entre ese momento y ahora es lo conectados que estamos, logrando -como lo dice uno de los expertos del informe- “que eso que tardaba meses en dar una vuelta al mundo ahora sea cuestión de 24 horas”.
Lo que decían nuestras abuelas parece ser esa gran lección que la humanidad se niega a aprender: prevenir es mejor que curar. Y es que si se trata de ponerlo en términos económicos, al mundo le costaría cien veces menos trabajar en reducir el riesgo de otra pandemia que enfrentar una nueva como la del COVID-19 que ha costado entre 8 y 16 billones de dólares.
Y es aquí cuando insisto en mi mensaje: todos hacemos la diferencia. Con prácticas más conscientes como reducir, reutilizar y reparar. Eligiendo mejor y exigiendo a nuestros gobernantes acciones concretas como: conservar, al menos, 30% de esas áreas que son estratégicas en el planeta por su gran riqueza natural; la Amazonía es una de ellas. Si logramos eso, reduciremos el riesgo de extinción de casi nueve de cada 10 especies terrestres que hoy están amenazadas*.
¡No dejemos que catástrofes que pudieron haberse prevenido sigan haciendo historia! como pasó con el huracán Iota en San Andrés y Providencia.
¡No permitamos que las noticias de cada día sigan siendo crónicas de tragedias anunciadas!
Depende de nosotros y solo de nosotros si pedimos o no pitillo, si desechamos lo que ya no sirve al río, si queremos seguir creyendo que rehusarse a reciclar solo nos afecta a nosotros o que nada sucede si tiramos alimentos a la basura por una buena falta de planeación, si seguiremos convenciendonos de que nuestro voto nada tiene que ver con la calidad del aire que respiramos.
Porque es precisamente ahí, en la suma de esas pequeñas cosas y en la atención que prestemos, donde estará la diferencia. Tener buena salud no depende de nadie más que no seamos nosotros mismos y del trato que le demos a la naturaleza.
Fuentes:
*Informe de PNUMA (https://www.unep.org/es/noticias-y-reportajes/comunicado-de-prensa/nueva-investigacion-revela-los-beneficios-de-abordar-en)
**Informe del IPBES completo disponible en:
https://ipbes.net/sites/default/files/2020-11/20201028%20IPBES%20Pandemics%20Workshop%20Report%20Plain%20Text%20Final_0.pdf